EL “TRANSEXUAL VERDADERO” NO EXISTE: TRAVÍSTANSE EN PAZ
Faltan sujetos críticos del enfoque afirmativo capaces de abandonar la ilusión de que ellos sí son “transexuales verdaderos”, y dejar atrás la etiqueta trans. Esto no quiere decir que detransicionen: mantengan sus nombres, pronombres y aspecto personal, pero dejen de justificarse desde el dudoso pedigrí de su propia extensión calendaria bajo tratamiento hormonal y cantidad de cirugías realizadas para imitar al otro sexo, porque esa actitud termina por asimilarlos al activismo convencional trans.
Si vamos por esa línea, un “neo trans”, “no binario” o como quieran llamar despectivamente los transexuales verdaderos a quienes no se realizan intervenciones quirúrgicas y hormonales tan radicales como las suyas, o que incluso no se han realizado ninguna de ellas, resulta en la práctica menos dañino que el relato de los autodesignados “verdaderos”: estímulo químico y quirúrgico para niños y adolescentes.
Por lo demás, el transexual verdadero y el llamado no binario son tan nuevos el uno como el otro: ambos nacieron del cruce entre clínica y activismo de no más de setenta años de antigüedad. Sí los antecede el travestismo de ambos sexos, práctica centenaria que trasciende la farmacología y clínica occidental “trans”: vestirse del otro sexo por tradición, religión, aventura, negocio, guerra o amor. (Entiéndase “travesti” en cuanto a la acepción popular previa al ingreso de terminologías “trans” clínico-activistas, que en Chile son muy recientes (año 2000 aprox.).
El transexual verdadero suele justificarse a sí mismo bajo el supuesto trastorno mental de la “disforia de género”, pero ¿la disforia de género es un diagnóstico válido o, más bien, se trata de un síntoma-título de fantasía que enmascara una serie de dolencias y situaciones bien conocidas?: depresión, desadaptación, ser víctima de acoso escolar, maltrato o abuso sexual, adicción a la pornografía, drogas, obsesión compulsiva, entre otras que caracterizan a la población trans y detransicionadora con algunos años de proceso en el cuerpo.
La disforia de género surge de otro engaño fomentado por la mirada clínica de hace 10 o 15 años, y de las estadísticas clínicas viciadas desde los tiempos pretéritos de Lili Elbe y Harry Benjamin, disponibles a partir del relato que cada persona identificada trans en algún momento de su vida exagera para acceder a una atención médica más expedita. Además, según los transexuales verdaderos críticos de la afirmatividad, ¿a qué edad resultaría adecuado transicionar? ¿Se nace trans o se trata de una situación cultural? (Por supuesto que es lo segundo). En resumen, el transexual verdadero es el último emblema de una siniestra y agotada forma de lobotomía contemporánea.
Lo anterior lo menciono con respeto por las personas identificadas trans que son parte de mi vida. Es algo que hemos discutido (y no estamos de acuerdo). Mi impresión es que su dificultad tiene un origen paralelo al de clínicos y activistas transafirmativos (y que puede empezar a verse entre algunos detransicionadores): nunca formaron parte de agrupaciones y movimientos sociales, y su tribuna se levanta como un soliloquio contra el mundo. ¿Qué sucede cuando se reúnen? El soliloquio se vuelve coral y no evoluciona en una orgánica táctica y política capaz de alcanzar objetivos mayores. Séquitos de padres, políticos, abogados y psicólogos no mejoran mucho la situación.
Un aspecto que me interesa investigar más tiene que ver con que los hombres identificados trans o “mujeres trans” tienen menos conflicto frente a la posibilidad de abandonar la etiqueta trans sin detransicionar de nombre, pronombre y vestimenta (las cirugías y hormonoterapias no son detransicionables). Pero, entre mujeres identificadas trans u “hombres trans” veo más resistencia al debate. ¿Algún día serán capaces todos ellos, de comprender el valor simbólico de abandonar la identificación trans individual y colectivamente?
Por ahora, mi impresión es que los “hombres trans” cuentan con una tradición demasiado reciente, mientras que los antepasados de las “mujeres trans” son parte del circuito de la prostitución y ritos ancestrales. Antepasados en cuanto similitud de factores. Como ya se dijo, estos antecedentes no corresponden a “personas trans”. Por último, no alcanzan estas líneas para evaluar si ese pasado será positivo o negativo. Lo más probable es que sea un estigma y forme parte de un círculo con pocas vías de escape.
Toda esta situación no es necesariamente desalentadora. Se trata de una reflexión que los propios “hombres trans” deberán ir dotando de densidad y contenido. Las jóvenes transicionando son mayoría en la actualidad, y van a necesitar apoyo, creatividad y narrativa interpares para entender que la identificación trans fue parte de una etapa, un mal consejo y unas malas decisiones.
Volviendo al transexual verdadero o “clásico”: tengo 48 años y mi propia experiencia de vida es similar a la de cualquiera de estos. Aparte de mis apreciaciones políticas y sociológicas sobre el movimiento trans y que pienso rinden muchos más frutos y enseñanzas que cualquier definición individual, así es exactamente como yo mismo me sentía y actué en consecuencia: ir modificando mi cuerpo hacia una metamorfosis total. De una serie de cinco pasos quirúrgicos y hormonales, me alegra haber hecho conciencia después del primero, que fue bastante radical, deteniendo el avance hacia el siguiente: mi “programa” en cinco etapas era una verdadera locura.
Asumamos que somos el producto de una mala praxis médica y activista, de una serie de conflictos de salud mental que seguimos desmadejando, y así dejamos lugar a alternativas más sanas para las nuevas generaciones. Un detalle esperanzador: cuando asumí quién yo realmente era, el fantasma de la “disforia”, en mi caso muy acentuado, se disipó por completo. Me tomó más de cuarenta años: a una edad más temprana y con mejor preparación de parte del entorno debiera resultar menos complicado, pero lamentablemente no es lo que estamos atestiguando. El margen para elaborar los traumas es escaso en los tiempos que corren.
El “combo trans” combina más o menos ideación suicida, más o menos depresión, más o menos victimización social, más o menos hormonas, más o menos cirugías. Ese es el verdadero “espectro trans” que parte del transexual verdadero, pasa por el no binario y culmina en su consecuencia más calamitosa: el “niño trans”. Se trata de alternativas añejas y poco visionarias. Es sanador reconocerlo y seguir adelante. Se puede dejar atrás la etiqueta trans y eso incluye el mito del “transexual verdadero”: travístanse en paz.